La Revolución nos ha fallado parte 1
Preguntaría Joaquín Sabina “¿Quién me ha robado el mes de abril?” Nosotros bien podríamos revirar con un ¿quién nos ha robado el mes de julio? Quién… pero quién ha sido.
En las elecciones del año 2000, aún sin la edad para votar, salí a la calle con varios de mis amigos a celebrar lo que parecía un momento histórico: la alternancia democrática en México. Ingenuo como sólo un muchacho puede ser, creí en el fin del “establishment”, sin darme cuenta de que éste era un sistema y un método arraigado en las entrañas del país y con una experiencia suficiente para revertir la derrota en cualquier momento, que no responde a partidos sino a intereses.
La verdad me contagié de un cambio que nunca llegó. Habiendo nacido en una década de crisis (eso sí, con copa mundial y todo su show), y tras presenciar en el posterior decenio como los pocos dólares que ahorraba a tres pesos, encarecieron hasta a más de diez por el llamado “error de diciembre”—y sumando a esta situación que los pocos canales de televisión a los que teníamos acceso nos dieron noticias sorprendentes como el asesinato de Colosio, los tiroteos de los narcos en Guadalajara con la respectiva muerte del Cardenal Posadas, el atentado contra Ruiz Massieu perpetrado según algunos por el hermano de Carlos Salinas, los levantamientos del EZLN y del EPR, la figura del Subcomandante Marcos, el Tratado de libre comercio con los Estados Unidos y Canadá—supuse, como muchos otros mexicanos, que con la victoria de Fox (y de sus amigos) el país iba a cambiar.
La inercia de los cambios sociales mundiales a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, nos hizo festejar como si hubiéramos derribado nuestro “muro de Berlín”. Las primeras alcaldías y gubernaturas en manos de Acción Nacional y el ascenso del PRD en ciudad de México, vislumbraban ante nuestros ojos la posibilidad de un país democrático, donde corrigiendo los vicios podríamos construir una nueva nación.
En el caso concreto de las elecciones, se preveía un nuevo México donde se respetaría la voluntad ciudadana, donde no habría robo de urnas, ni voto de carrusel; un país donde las elecciones serían limpias y con alta participación ciudadana; donde las autoridades electorales no permitirían ni extorsiones, ni abusos electorales, ni compra de votos, ni tortas y refrescos en la jornada electoral; elecciones en las que no se inflaría el número de votantes, donde coincidirían las boletas depositadas con los votos contados, sin narco candidatos, sin narco casillas, sin acarreados.
Poco cambió para las intermedias federales del 2003, donde se repitieron las mismas prácticas y vicios de siempre, pero ahora aplicados en la medida de las posibilidades de cada candidato y de cada partido.
El de 2006 es el julio del olvido y el que nunca debemos olvidar. Es el de la elección presidencial que pudo ser el referente positivo de la democracia en México, y que terminó siendo una muestra vergonzosa de la herencia de las prácticas electorales que reinan en este país. A saber: la imposición de candidatos, el robo de urnas, la alteración de casillas, el pago de votos y la amenaza, entre otros. Sin pelos en la lengua y duélale a quien le duela, los ganadores del año 2000, los que fueron robados miles de veces en elecciones locales y federales, los de setenta años de lucha partidista, los que señalaron al PRI como ente fraudulento, son los mismos que terminaron traicionando su propia historia. Ellos que lucharon en nombre de la alternancia, terminaron matando a una niña pequeña de seis años llamada Democracia. (quiero aclarar que este artículo no trata de decir sí un candidato era mejor que otro, o atacar la ideología, partido o candidato de la preferencia de cada lector, sino del hecho fraudulento que aconteció.)
Los comicios de julio de 2009 y los de julio de 2010 podrían ser definidos como las narco elecciones. O igualmente como las de las alianzas bizarras e idiológicamente incongruentes o quizá las de los operadores electorales, esos mercenarios políticos que viajan por el país comprando votos.
Son razones como éstas las que me indican que el mes de julio nos lo robaron tanto los partidos políticos, como nuestra apatía a participar y analizar candidatos y propuestas alternas a las tradicionales. Porque hoy, en pleno siglo XXI, como desde hace más de cien años, persiste la famosa torta con refresco. Y sí analizamos fríamente aquella promesa de la Revolución de las elecciones democráticas, nos daremos cuenta, sin lugar a dudas, que la Revolución nos ha fallado.
“La Revolución nos ha fallado”, será una serie de artículos que aparecerán en este blog a lo largo de este año 2010 con motivo del centenario de la Revolución, no continuamente sino esporádicamente.